miércoles, 8 de enero de 2014

Luna de miel y humo

La busqué en la oscuridad del cuarto; la luz de la luna apenas nos iluminaba y las promesas dejaban de ser deudas.
Encendí un cigarrillo y observé el brillo de todo lo que le prohibieron en los ojos. Se acercó. El cuerpo tibio y los ojos ardiendo, mostrándome otro poco de todo el universo que esconden.
El  humo llenaba el cuarto, me llenaba los pulmones, la boca, la sangre; tras unas pitadas me acerqué nuevamente a ella, la miré a los ojos, saboreé de antemano el beso que sabía venía a continuación, y con el sigilo que me da la ebriedad la besé interminablemente, terminando de soltar el dulce humo en su boca.
Nos besamos como si fuera la primera vez en todo el mundo que alguien se atrevía a besarse. Fue un beso con sabor a tabaco, a prohibido, a libertad y desobediencia.
Tras un par de caricias el cigarro terminó por consumirse entre ambas, dejándonos cubiertas de caricias por dar, llenándonos de dopamina el alma, mientras intentaba desarmarle a caricias la cintura y llevarla a volar conmigo.
Jamás la luna se vio tan hermosa como esa noche iluminándola en la penumbra y jamás me sentí más segura que en la oscuridad total y entre sus abrazos eternos.
Dormir tranquila es fácil si tengo quien me cuide el sueño.
Y entonces la luna murió de celos cuando cerré la ventana y ya no pudo acariciarla, y entonces morí de amor entre sus brazos, entre sus besos; y despertar fue renacer, fue revivir, fue verla dormida y saberla real, y saber que es conmigo y soy con ella.

Y si quisieras acompañarme
              huiríamos de este planeta;
     el mundo nos queda chico.

Basta con tu sonrisa
  y un abrazo eterno, nuestro.

Volemos, amor...
               yo invito los besos.

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