viernes, 13 de julio de 2012

Otra de Romeo y Julieta...

Las lágrimas rodaban por mis mejillas como gotas de rocío en las verdes hojas... No quise mentir, pero tampoco creía conveniente decir por qué lloraba.
Me sentí estúpida y tonta y chiquita... Sentí que era una nena llorando por idioteces, aunque tu ausencia no sea una nimiedad, aunque me duelan en el alma tus silencios de Señorito, de mal criado, de niño maldito.

Sus manos, señor, no han hecho más que destruir la poca confianza que había llegado a protegerme de engendros que juegan a besar doncellas en la oscuridad. Parece un Marescotti, un condenado que vino a este mundo a destruir todo lo que toca, un pobre hombre con manos malditas que causan tantas desgracias como alegrías...

He nacido de la tristeza misma, condenada a su compañía por toda la eternidad, he acostumbrado mi alma a la humedad constante del llanto cotidiano; por eso mismo me sorprendió pasar tanto tiempo sin derramar lágrimas de pena... me sorprendió la ausencia, pero más aún su regreso, después de horas aguantando ese temblor en la voz, después de no recibir respuesta alguna de tu parte; después de jurar que te odiaba comienzo a creer todo lo contrario.
No quería llorarte... no quería; eso implicaba un  vínculo emocional que no estaba para nada en nuestros planes, pero fue así..
Un Marescotti y una Tolomei... Una historia repetida de amor y desengaño; una tragedia anunciada que elegimos revivir.
No podemos cambiar la historia.. Romeo y Julieta es bella tal y como es... No puedo dejar de llorar y de inventar escusas para ocultar el deshonor de haberme enamorado de tus manos malditas y de tus besos de sangre divina...
Y aunque lo intenté, no  pude parar de llorar de desamor, de desatención, de furia contenida, de silencio; no pude decir que eras la razón de mi llanto, de mi silencioso llanto que nadie oía en el desierto de la fría noche; soy demasiado orgullosa como para aceptar que un simple niño caprichoso y desobediente me quite el sueño entre suspiros... No puedo sobornar a mi cerebro para que deje a mi corazón por un minuto tranquilo y así, mi Romeo, correr entre las sombras sin miedo al qué dirán, y dejar que tus manos maldigan y desarmen mi cintura en un beso eterno, que selle aquel pacto maligno de amor y tragedia..
No soy Julieta, amor, no sos Romeo, pero la tragedia, tragedia seguirá siendo, En Siena, En Verona... y aquí también...