sábado, 23 de junio de 2012

Postal de estrella

Los colores de aquel atardecer parecían haber sido elegidos por algún pintor desquiciado y sabio, de esos que viven rodeados de papeles arrugados y soledades rotas.
Era un simple ocaso, pero aquel resplandor naranja me inundaba las pupilas y el calor que desaparecía lentamente me incendiaba ese pequeño pedacito de alma que se enciende cuando me siento libre de ser quien debo.
El viento acariciaba el inmenso maizal , arrancándole dorados suspiros que se elevaban junto con aquel opaco polvillo que se desprendía de las terrosas calles.
Un tordo cantaba en la lejanía, musicalizando la postal, dándole tonos rojizos del aire con su lastimera canción y recibiendo a la noche, a quien le daba la espalda sin inmutarme.
Las estrellas, una en una se fueron encendiendo, como mostrándome el camino de regreso a casa, pero yo no quise volver.
El manto que flotaba sobre mi cabeza se tiñó de violeta oscuro, luego de azul; hasta convertirse en un raso negro azabache salpicado de luces de esperanza, que me observaban como miradas cómplices, vigilando mi periplo...
Levanté la vista y la divisé por fin. Mi pequeña estrella seguía como siempre, brillante, imponente, esperando mi retorno a casa.
Sé que también la miraste, que quizás quieras asomarte a mirarla una vez más, para sentir que ya volvimos, que recuperamos aquel mundo que nos pertenece; que es tan nuestro como es posible.
Yo aún estoy aquí, aún miro mi estrella desde el maizal, tal vez la encuentres entre antenas y carteles, tal vez la noche se retire y el viento del nuevo día te despeine las pestañas, descongelando aquella parte de tu alma que la sociedad ha congelado. Tal vez sea esa la única condición para volver a nuestra esencia, a nuestra verdad; tal vez sea el único pasaje para volver a casa.

¡Saludos desde los altos maizales de un  pueblo sin dueño ni tiempo!

sábado, 16 de junio de 2012

Desde el Pueblo Sin Tiempo...

Las luces tibias de la tarde me alumbran la cara y el viento me acaricia los pies descalzos.  Hay música a mi alrededor; los perfumes de esa cálida jornada me envuelven el alma y el pasto largo y suave me abraza la piel.
A mi lado sólo hay nada, sobre mí, un cielo tan azul como los ojos de algún poeta lejano, una nube pasa volando lento, mientras los pájaros cantan una canción de despedida para el calor del otoño.
Tengo los pies helados pero no me importa. Estoy acá. Con mis margaritas que aún no se rinden y planean seguir vivas...
El invierno que se acerca me enfría las mejillas con una delicadeza que hacía tiempo no poseía y mi alma lo agradece, mientras tirada en la hierba pienso en que es verdad que en este lugar el tiempo no pasa.
No quiero levantarme, no lo voy a hacer. Me quedaré aquí, echaré raíces en esta tierra de nadie, dormiré rodeada de estrellas nunca antes vistas y formaré parte del paisaje que me vio crecer, que vio como me alejaba y con los brazos abiertos me recibe cada vez que vuelvo a buscar algo de paz entre sus pastizales altos y solitarios, adonde voy a escuchar a la vida transcurrir a mi alrededor. Allí donde el viento acaricia los pies, despeinando el cabello y el alma y el canto de los pájaros y el zumbido de las perezosas abejas es lo único que se puede oír.
No me levanto durante  un tiempo indeterminado, no lo sé, allí de verdad el tiempo no transcurre; sólo sigo recostada allí en real sintonía con el universo mientras la vida gira alrededor de este lugar que me vio nacer. Sigo aquí, no me iré...

lunes, 4 de junio de 2012

Nunca había vuelto a verla tan feliz como aquella noche que volvió a despertarme a carcajadas. Su risa sonó clara, sonó a amanecer de fiesta, sonó a campanas y a viento frsco.
Hacía tiempo que no la veía... ya no era la misma joven de pálida tez  y ojos perdidos en la tristeza.
Hoy brillaba con unos ojos de luna metálica, hoy su cabello volaba con la fría brisa de la noche, pero ella irradiaba calor en su sonrisa.
Volví a dibujarla una vez más como tantas veces. Volví a oirla reír y le conté cuentos sin final para que pudiera descansar tranquila.
Sonreí al despedirla. Mi princesa, ni musa estaba feliz.. después de tanto tiempo era feliz, reía, brillaba. Me contaba su vida como propia y no paraba de agitar sus largas pestañas, con sus enormes ojos brillando en lo oscuro de mi habitación, con la música de su alma acelerada, tocando una melodía alegre y vivaz.
Sus labios de fresa no pararon de moverse, de soltar historias fantásticas que ocurrieron o no en ese tiempo en que sus visitas eran sólo recuerdos.
La espedí y volví a dormir,  aunque ya estaba dormida, volví a dormir sin haber despertado, soñando con mi musa que despierta en mi poemas sin comienzo y sin final, soñé con la blonda con caminar de viendo y pestañas que parecen el marco de aquellos ojos de tormenta lunar que se despidieron prometiendo volver a este mundo a contarme historias nuevas, a reir, a escuchar nuevamente mis historias sobre ella misama, esas que tanto la fascinaron desde el comienzo.
Como una niña perdida, como intentando encontrar en mis historias aquello que le falta a su mundo de sueños incumplidos volvió, como vuelve cada vez que se aburre de contar las estrellas de su cielo; volvió para volver a volver. Mi Princesa de Aire, HA vuelto.