martes, 26 de julio de 2011

Otra vez pensé que me había ido a otro lugar inventado cuando me vi reflejada en tus ojos de selva profunda.
Caminamos muertos de frío hasta morirnos muertos de amor, aferrándonos al poco tiempo que tenemos juntos; respirando las estrellas en un consatante baile con el universo.
Nuevamente quise olvidar que me mirabas para caminar más ligera y sin embargo no pude resistir las palabras mágicas que sabes que me roban besos de vez en vez.
Con las manos y las almas escarchadas despedimos chispas de plata en cada risa y te sentí a mi lado, como ayer, como ahora, como siempre que me pierdo en mis miedos.
Tu respiración me despeinaba las pestañas y tu voz, como siempre causaba terremotos en mi mundo de silencios.
Amarrados al hueco sonido de la noche nos encontró la mañana que seguía nuestros pasos y ya no recuerdo; puede que lo haya soñado, puede que sea un invento, pero puedo jurar que tus manos heladas por la soledad del invierno terminaron por acomodar ese intrépido mechón de pelo que me impedía ver tu sonrisa de despistada con la claridad de siempre; ese intento de sonrisa, el más lindo de todos los que he visto; el tuyo.
No nos despedimos porque no nos encontramos y cada uno voló a su nido, a repararse las alas para seguir volando; más allá de las chimeneas humeantes, más allá de las nubes, más allá del invierno, del amor... más allá de los dos.