sábado, 31 de agosto de 2013

3.50 a.m

El calor que empieza asomarse de la mano de septiembre, al contrario de levantar mi autoestima, me enfría el alma.
Viernes por la noche, madrugada de sábado. Recuerdos de sábados anteriores y una mano que sostenía la mía durante el día y una respiración casi musical que me mantenía tranquila por las noches, rebotando contra mi almohada, contra mi alma.
Tengo la aguda necesidad de estar en otro lado, y no aquí. El deseo, el anhelo de girar en mi cama en medio de la noche y escuchar su voz preguntando si estoy bien, o encontrarme con sus ojos entreabiertos y su sonrisa soñolienta que me hace sentir culpable al despertarla.
Tengo un perfume que camina enredado a mi, que me persigue donde vaya y hace que busque entre el mar de gente el rostro de quien sé que no hallaré-.
Tengo sus recuerdos enamorados de mi insomnio que se siente histérico por mi cabeza, y así corren los tres persiguiéndose, quitándome horas de sueño, en donde podría soñarla, o soñarnos, tal vez. De alguna forma más fácil, más sencilla y simple, sin tantas idas y vueltas de gente entre ambas.
Tengo los días de este Septiembre contados, tengo contados los días para encontrarnos y reconocernos nuevamente.
Tengo contados los días que faltan para volver a casa, para volver.


                                                            ▼

Y los días sin usted, mademoiselle
               son más largos y las noches
se hacen eternamente eternas.

El volver a casa no es el mismo
                 sin sus manos frías en mis bolsillos
y mis pasos no son los mismos
     si no siguen a los suyos.

viernes, 9 de agosto de 2013

...

Frío, terror. Sentí su voz apenas rasgando el aire y la vi recostarse a mi lado. Temblé al sentir su cabeza en mi hombro, quedé petrificada en sólo segundos y morí al descubrir su mano buscando la mía en la oscuridad del cuarto.
No quise creerlo. Había muerto hacía rato, de sólo pensar en que ambas respirábamos el mismo aire viciado con los resquicios de una noche de bar.
Hundió su cabeza aún más en mi hombro y apretó mi mano, tal vez pidiendo algo que no llegaba a comprender. Su respiración pesada golpeaba mi cuello hipnotizándome.
Depositó un beso helado y nervioso sobre mi mejilla y no soporté.
Era hora de hacerme cargo del universo que se había formado, era hora de juntar todo el coraje que un poco de alcohol y buena música me había dado y arriesgarme a morir en el intento.
Increíblemente segundos más tardes y con el alma estallando sin delicadeza alguna, intentando difícilmente no perder la cordura, un par de besos me sacaban el frío del miedo mientras sus manos pequeñas me abrazaban por la cintura.
Noche de confesiones en voz baja, risas tontas y caricias largas.
Meses soportando la opresión en el pecho de los besos que maduraban sin destinatario para poder despilfarrar todos los que se me ocurrieron en tan sólo una noche.
Ese fue el comienzo, ese fue el momento en que Jekyll y Hyde le cantaron un par de verdades sin decir palabra alguna y ese fue el día en que amaneció demasiado pronto mientras reíamos dudando si era real o no la locura de la cual habíamos decidido hacernos cargo. Y fue real.


Y una noche cualquiera
               entre el frío y tus ojos
te canté las verdades que deseabas oír.

Y como si el mundo no existiera,
                     como olvidando el deber
decidimos revolucionar nuestros mundos
y crear galaxias nuevas.
               

 Decidió el Universo,
         decidimos hacer caso.