martes, 1 de abril de 2014

Crónicas de fin de semana

Me quedé en silencio abrazada a ella, ¿Qué pensaba decirle? ¿Algo de lo que dijera haría la diferencia? Me quedé con la duda y no dije nada. El pecho me dolía pero no era el momento para volver a ser una nena; la abracé con fuerza.
Quise por un momento hacerme chiquita, diminuta y entrar en su corazón y desatarle ese nudo de miedos que a fuerza de psicopateos se había formado. Quise por un momento hacerme grande de golpe y poder frenar esa avalancha de insultos cotidianos que la atormentan por ser quien es, por ser conmigo. Quise desaparecer o ser diferente, ser lo que merece tal vez, ser eso que esté bien y que no le cause peleas ni le ocasione preocupaciones. Quise ser todo lo que no soy pero debería.
Salió de la comodidad que el hueco de mi cuello le proporcionaba para darme un beso en la mejilla y lo notó; unas lágrimas saladas y silenciosas me delataron en la oscuridad y nada más pude ocultar.
-¿Qué te pasa? Nena... -su voz por primera vez fue lo que no quise escuchar, no quería que fuera ella quien descubriera que me había roto, que no soportaba otra vez, hubiera dado cualquier cosa por haberle evitado el disgusto de verme desmoronada y hecha arapos.
No pude contestarle, simplemente me hice un ovillo y me abracé a su cintura con fuerza, con mi cara en su vientre, casi cubierta por las sábanas. No quería mirarla, no me animaba.
Intenté parar pero ya era tarde, ya el alma intentaba salirse por mis ojos para pintarme otro poco las ojeras, y los espasmos hacían que temblara como un perro con frío.
Lloré como hacía mucho quería llorar, lloré callando gritos en la noche, lloré como una nena chiquita que llora de tristeza, como eso que siempre fui mientras asustada me acariciaba el cabello buscando alguna explicación para semejante dramatismo.
No la había, no la hay... o tal vez si, ¿quién sabe? Yo no.
Simplemente sé que lloré hasta empaparle la remera, mientras escuchaba el ruidito metálico de su corazón agitándose por los nervios al ver que no podía calmarme y el aire casi no entraba en mis pulmones.
Sentí como temblaba su pecho y supuse que lo peor que podía haber hecho estaba sucediendo y esta vez era ella la que lloraba por mi, por no haberme secado a tiempo las lágrimas que no deberían haber estado.
Subi mi cabeza hasta su pecho y hundí mi nariz en su cuello, en su pelo... Respiré su perfume mientras le pedia perdón sin siquiera saber por qué.
Me besó en los labios y sus lágrimas y las mías se mezclaron y lloramos otro rato hasta quedarnos con muchas menos lágrimas que de costumbre atoradas en las pestañas.
Le besé las mejillas, y la nariz, y los ojos y dejé que me secara las lágrimas con la delicadeza de quien sabe cómo duele.
Dejé que me abrazara y en vano intenté explicarle mis lágrimas nocturnas. Le prometí llamarla más seguido cuando esas crisis volvieran a tomar el control de mi cuerpo y me prometió intentar hacerme sonreír mucho más de lo que ya lo hace.

El peso sigue estando y la carga no es más liviana y los obstáculos no son más simples ni el camino menos empinado. Todo duele, TODO; a veces más, a veces menos. Una única esperanza de salir adelante a pesar de todos los puñetazos de aquellos que siguen sin querer entender el amor y la felicidad ajenos. Una sola esperanza colgada del cuello como amuleto o talismán. Una esperanza y una mano que me sostiene la mía. Hay que seguir adelante.

                                                                      -†-

Y la sal en mis heridas
         ya no quema como solía hacer....
No es que no sienta el dolor,
          simplemente no tengo miedo de que me hieran otra vez.

Y la sangre en estas venas
               no está bombeando menos que antes.
    Y esa es la esperanza que tengo
                         lo único que sé
y lo que me mantiene viva.
                             -Last Hope -Paramore

1 comentario:

  1. Todo lo que te podía decir ya te lo dije, dulzura. Agradezco al Uni cada día por tenerte en mi vida sosteniéndome la mano y haciendo que todo esto valga la pena.
    Sabes que solo necesito el calor de tu abrazo para recuperar el aliento y salir a la superficie de la tormenta que a veces llevo dentro y que yo misma provoco.
    Sabés que nadie más tiene la facilidad de calmarme y que a nadie dejé entrar tan dentro mío como para verme sin mi armadura, desnuda de alma.
    Sabés que cuesta, pero que siempre se puede salir, y sabes que te amo con el cuerpo y con el alma y que nada es más fuerte que nosotras de la mano.
    Gracias por ser.

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Aquí te dejo la Sortija. Subite y da otra vuelta...